lunes, 10 de octubre de 2005

¿Pero quién manda aquí?

Sátrapas, mandarines, castas y burocracias, tienen antecedentes históricos que nos permiten equipararlos con la mayoría de los actuales “políticos” españoles y fundamentar científicamente esos calificativos. Cualquier organización social precisa de una estructura de especialistas que lleven a cabo las tareas de una forma eficaz. En lo relativo a los especialistas públicos tenemos a los políticos, a los gestores de los asuntos sociales.

Estas estructuras sirven como MEDIOS, como instrumentos para realizar los trabajos públicos, pero por encima de ellas están o deben estar los auténticos dueños de la situación social, lo que denominamos la clase dominante, a cuyos designios obedecen los especialistas para impartir sus políticas. Resumiendo, los políticos son intermediarios entre los que mandan económicamente, los propietarios de la riqueza, y la sociedad. Estos especialistas mantienen siempre una posición negociadora entre el poder económico y el cuerpo social, pero en determinadas ocasiones, por circunstancias específicas, la tensión entre ellos y los verdaderos dueños de la situación, crece. (Dejemos de lado la relación entre los especialistas y la sociedad). Este conflicto latente se ha manifestado claramente en la llamada burocracia celeste, esa casta milenaria china también llamada “los mandarines”.

En la medida que eran los verdaderos "dueños" de la situación social recaudando impuestos e impartiendo órdenes de la Corte, presentaban un conflicto al desear subir de posición y convertirse en propietarios. Por eso tenían prohibido obtener posesiones en la zona donde actuaban y no podían permanecer en ella más de algunos años. Tanto los sátrapas creados por Ciro el Grande en la antigua Persia, como la burocracia zarista en la Rusia prerrevolucionaria, encontráronse sumidos en ese papel de gobernantes cuasi amos de la situación, aunque siempre dependientes de la auténtica propiedad y limitados por el poder real de la monarquía. Sostengamos este esquema: si bien la burocracia tiene intereses propios o contiene la representación de ciertas fuerzas sociales, siempre debe estar subordinada a la verdadera y omnipotente fuerza social que constituyen los propietarios de los medios de producción en una sociedad dada, en la que aquellos no son sino administradores subordinados a esta fuerza determinante.

Este resumen esquemático va bien hasta que la realidad nos pone enfrente un ejemplo más complicado como ha sido el de la burocracia soviética, donde la propiedad y la administración eran ostentadas por la misma casta, aunque esa propiedad nominalmente correspondía al proletariado, al pueblo o a la sociedad, pero no a nadie en particular. Este problema ha sido analizado por la corriente marxista y ha durado prácticamente todo el siglo XX. En las discusiones se pretendía dilucidar justamente si eran o no realmente propietarios de los medios productivos. El abatimiento de la URSS dio la razón a los que sostenían que era una casta y no una clase social, porque este último concepto implica una relación determinada en la producción, cosa que no ocurría y que más tarde se vio.

Ahora los restos de esa casta andan lampando y peleando por pertenecer a los propietarios, lo que demuestra que no lo eran. Si la tesis anterior se aguanta, al aplicarla en nuestro país ahora, debemos preguntarnos, ¿quién manda en España, cual es su clase dominante, quién ostenta la propiedad de los medios productivos?. Si lo hubiéramos preguntado en el siglo XIX y en las naciones que realizaron la revolución industrial, la respuesta es: la burguesía, los propietarios de las fábricas, de los bancos, de los medios de comunicación, los fabricantes de comida, de ropa y los propietarios de la energía que hace funcionar la sociedad. En ese momento y en esos sitios, existía una identificación entre la economía y la política, entre la nación y el hogar de los propietarios, entre la organización social y los intereses de los mandamases. Y a ello se dedicaban las burocracias y los partidos políticos, a resultar coherentes con esos intereses aplicando políticas eficaces.

Pero ya han pasado muchos millones por los circuitos de Internet para entender que las cosas han cambiado, los grandes propietarios españoles están haciendo sus negocios por el mundo, les da igual tener su sede en Madrid que en Miami o Hong Kong, les da igual si España es una o diecisiete, les importa nada el Estado porque cuanto menos haya, menos controles e impuestos tendrán que sufrir. Y además de todo ello, saben que teléfonos, gas, electricidad, alimentos y bancos, siempre necesitará la sociedad española con independencia de su estructura política; más o menos, siempre tendrán amigotes que les reserven el coto de sus negocios patrios.

No nombraremos a las multinacionales o a las empresas internacionales en nuestro país, que si algo desean, es pagar menos al Estado o a los estaditos, y si pueden, meter baza en el tema. Los dueños más pequeños pero de alcance nacional, como las grandes superficies, los fabricantes de cava, etc. o sea, todas aquellas empresas que tengan su campo de actuación en el mercado nacional, ven en general con inquietud lo que está ocurriendo, pues pudiera generarse una “partición” del mercado y una merma de sus ingresos, bien por boicots, bien por “remotos” aranceles, bien por la inestabilidad política siempre lesiva para la tranquilidad que requiere la faena bien hecha. Pero hay de todo, al Corte Inglés por ejemplo le da igual, siempre tendrá tiendas por todas partes. Al fabricante de panfletos de ERC le interesa el follón, al rotativo X también, etc., dependiendo del tipo de negocio y su relación con la política.

En resumen, no son fuerzas determinantes en el conflicto que vivimos, no las podemos considerar mandamases de primera, hacen juego pero no constituyen un vector decisivo. ¿Qué nos queda además de los talleres y las tiendas de barrio? La jerarquía eclesiástica tiene puesto un capellán en cada barco, siempre tendrá almas que salvar sea cual sea el resultado de la singladura. ¿El ejército?. Anda escaso de efectivos, de paga y sobrado de labores “humanitarias” fuera; no parece que por ahora sea aquel del XIX que a las primeras de cambio soltaba una asonada, ahora no está el horno para esos bollos. ¿Quién más puede estar interesado en mantener una estructura estatal constitucional? A la Casa Real le paga el Estado y da igual que la paga venga fraccionada, aunque es de suponer que al Rey personalmente le guste más que le llamen de España que otra cosa ignota de momento.

A la burocracia le da igual trabajar para el Estado que para Castilla y León., por tanto la estatal se delega como está ya sucediendo desde hace tiempo. A los sindicatos puede resultarles un tanto incómoda está situación; depende de cómo, podrían ponerse a nuestro lado al menos en parte. Quedan los partidos políticos nacionales. El PP es poliédrico y sus actuaciones pasadas y actuales en según que sitios, no son convincentes por incorrectas. No obstante, hemos de asumir que el discurso de Rajoy expresa el sentir “nacional”, eso que denominamos conciencia ciudadana y por tanto, quien actualmente defiende en exclusiva una posición mínimamente decente, legal, moderna. Pero no está claro que pueda sostener la firmeza necesaria que precisa este lance histórico, no vemos con claridad a quién de los que mandan representan, no confiamos que pueda oponerse a las fuerzas que en su seno representan a las castas locales. Pudiera ser que sufriera una ruptura.

Está claro que el PSOE no representa consecuentemente los intereses ciudadanos cual lo haría una socialdemocracia en condiciones. ¿A quién representa entonces si los grandes propietarios ya no dependen del país?. Pues está sin órdenes nacionales girando en el vacío sobre sí mismo, garantizándose la viabilidad de su propia empresa, haciendo concesiones a otras fuerzas decididas a coger lo que les dejan y fomentando la aparición de otras castas. Todas juntas, carentes de cometidos superiores, dedican sus afanes a perpetuarse y a recrearse en la producción de problemas con los que justifican su existencia parasitaria frente a la sociedad. Sátrapas, mandarines, castas y burocracias, siempre tuvieron amos en su suelo.

En España los grandes amos están en el extranjero, su centro de poder está en la Red o en las Bahamas, pero no en la piel de toro; he aquí un nuevo problema histórico que la humanidad afronta en la península. Aunque las castas estén elegidas, el incumplimiento de sus funciones y programas ilegitima democráticamente sus actuaciones. Y este proceso pone a la orden del día en nuestro país tanto la estructura del Estado, como la cuestión de la propiedad de los recursos. La política no admite vacío ni puede tener en el poder a simples castas mucho tiempo. Ese lugar habrá de llenarlo llegado el caso y el momento, la conciencia nacional de los ciudadanos. No hay nadie más.