(El franquismo destacó los aspectos históricos que mejor venían a sus intereses mini-imperial de rancio abolengo, soslayando la provincialidad de Hispania en el Imperio Romano, pero exaltando a íberos y visigodos como cosecha “propia”; por supuesto el infiel Islam, también España durante siglos, fue “debidamente” derrotado en 1492 y sus elementos usados como carne de cañón en la contienda del 36).
En los años corrientes, los españoles han labrado y proclamado tres nuevas palabras como símbolos ineludibles para arreglar sus cuitas: España, Nación, Constitución.
“España”, acreditada marca en el concierto universal de las naciones; sustantivo éste, cuya aparición y realidad de siglos o vigencia, es la designación elegida por
“Nación” es el marco político donde deberá resolverse la actual guerra española, guerra que tiene un contenido de liberación nacional aunque su forma aparente una guerra civil; y guerra que supone un eslabón en la mundial que actualmente sostienen los ciudadanos de todos los países por derrotar a sus respectivas castas políticas, sobrevenidas como enemigos peligrosos para todos los habitantes del planeta.
De las tres consignas, dos están plenamente insertadas en el tejido social y se convocan de manera explícita y pública. Tras combates ideológicos de lustros, los antiespañoles de toda laya no solamente no han logrado imponer alternativas simbólicas a esa feliz vigencia de
“Constitución”, es la última conquista por realizar porque no existe en España. En rigor, no hay contrato social, no existen reglas políticas, ni legalidad, ni cancha democrática, ni Estado que se pueda decir Nacional sino Antinacional, ni Justicia que responda a ese nombre. Es en este punto de reconstituir España donde se concita la cruda lucha de fuerzas contrarias en abierto conflicto y que por muy poco tiempo todavía no se expresa militarmente. Una Constitución que refleje la realidad resultante de la actual guerra Patria, es el último objetivo de los españoles en la presente tesitura de su historia.
Los enemigos de España ocultan estos tres símbolos o los disuelven en demagogia. Cada una de las débiles hordas de traidores anda abandonando por momentos sus derrotadas ideas, justificaciones o discursos, en un elocuente adelanto de próximas deserciones en el campo de batalla propiamente dicho. Presentan asimismo a todo el mundo, el retrato de cuanto ocurre en todos los países: la inevitable derrota de los que sólo piensan en su Nación si es para esquilmarla sin descanso ni medida y en beneficio de unos pocos. Aunque aparenten “unidad” o se fotografíen juntos las diferentes y parásitas castas, antes de salir a la palestra ya son unos perdedores cada uno por lado, porque enfrente tienen la invencible fuerza unitaria de los ciudadanos nacionales e internacionales.